KEANE

Keane, Lodge Kerrigan, 2004

SINOPSIS VERSUS SINAPSIS

Cine y esquizofrenia tienen algo en común: ambos funden de forma inseparable ficción y realidad. Es por eso que acercarse a la enfermedad mental desde la cámara es una tarea compleja y delicada. Keane es un ejemplo magistral de cómo hacer honor a la demencia.

William Keane (Damian Lewis) ha perdido a su hija de seis años en una estación de autobús, o al menos eso cree él. La película no revela concretamente su bagaje, no explicita su pasado; sino que deja espacio a la libre interpretación. Frente a la pantalla debemos descifrar la verdad de su historia, abriéndonos paso entre las crisis y los momentos de lucidez de un personaje que no está dispuesto a aclararnos nada sobre sí mismo, ya que es incapaz.

Lejos de pretender atosigarnos con alucinaciones o visiones subjetivas de su protagonista, Kerrigan se aproxima a su sufrimiento desde una estética realista. Mediante juegos de acercamiento-distanciamiento (tanto físico como psicológico) al personaje principal, logra ofrecer al público verosimilitud y posibilidad de identificación.

Durante la media hora inicial padecemos la angustia de Keane filtrada por una cámara en mano, en planos cercanos y asfixiantes. A lo largo de la película se nos permite alejarnos un poco, pero sólo sirve para sumergirnos en su contradicción, en la desesperación que trae consigo la lucidez transitoria.

Nada de esto se conseguiría sin los gestos desencajados de Damian Lewis. Cargada de frustración, su mirada parece no perder el ánimo en una actuación a tiempo real, registrada en un escenario tan natural como fantasmagórico. Kerrigan no pudo parar el bullicio de la estación de autobuses, ni cortar el tráfico de las carreteras, y es precisamente eso lo que imprime veracidad al ambiente desolador en el que Keane se desenvuelve.

En Keane no hay diálogos amables ni personajes encantadores (incluso la pequeña Kira, Abigail Breslin, se muestra sobria y tímida). Hay desgarro, crudeza y sinceridad. En la vida real no existen historias simples ni personas maniqueas que puedan arreglar sus conflictos en noventa minutos. Como aquí sucede, puede haber intensidad dramática, pero nadie puede salvarse.

No hay comentarios: